¿Para qué te vacunas?
- Tania MT
- 16 nov 2015
- 7 Min. de lectura

Campaña de vacunación contra la Polio en el Cuerno de África en 2013. Fotografía de UNICEF.
Una vacuna es, según la Organización Mundial de la Salud, cualquier preparación destinada a generar inmunidad contra una enfermedad estimulando la producción de anticuerpos. Para llegar a comprender esta definición es imprescindible saber lo que significa “inmunidad”.
Primero, ¿qué es la inmunidad?
La inmunidad, en un contexto biológico, es el estado gracias al cual un organismo puede evitar una invasión patógena o superar una infección. Para mantener esta inmunidad se necesita la cooperación de diferentes tipos de células, tejidos y órganos que se denominan en su conjunto sistema inmune. Los procesos que desempeña el sistema inmune son muy complejos y dependen de cascadas de acontecimientos que pueden ser originados por una simple molécula.
Se diferencian dos tipos de inmunidad: la innata y la adaptativa. Simplificando mucho, la inmunidad innata se caracteriza por desarrollar una respuesta rápida y amplia ante la detección de un problema. Es poco específica, por lo que reacciona ante unos patrones generales y bien definidos, reconociendo bacterias, virus y hongos pero sin distinguir entre los diferentes tipos. Su puesta en marcha suele dar lugar a una inflamación. Algunas de las células que participan en esta inmunidad son los neutrófilos, que patrullan el torrente sanguíneo y pueden digerir bacterias; los macrófagos, que tienen una gran capacidad para devorar todo aquello que no debe estar en nuestro organismo; o las células presentadoras de antígeno (APC) que captan, procesan y presentan el antígeno a las células especializadas de la inmunidad adaptativa.
La inmunidad adaptativa es, por lo tanto, muy específica ya que no reacciona contra un patógeno en general sino contra ese tipo en concreto que nos está causando problemas. Esta especificidad tiene un coste y es que esta respuesta tarda más en desenvolverse. Las células protagonistas en este caso son los linfocitos T y los linfocitos B. Los linfocitos T desempeñan funciones muy variadas. Dentro de este grupo se diferencian dos subgrupos principales: los linfocitos T citotóxicos, encargados principalmente de eliminar células propias que han sido infectadas por un virus y deben perecer. También reconocen células cancerígenas en nuestro cuerpo y las eliminan; y los linfocitos T colaboradores, grandes coordinadores de la respuesta inmune, se encargan de activar a todo un abanico de células del sistema según el tipo de problema que detecten.
Por otro lado, los linfocitos B, además de ayudar en la activación de linfocitos T, son las células productoras de anticuerpos. Los anticuerpos son un arma muy potente capaz de neutralizar al enemigo de diversas formas como, por ejemplo, etiquetando al patógeno en cuestión para que un macrófago lo identifique más fácilmente. La mejor cualidad de la inmunidad adaptativa es que crea memoria en nuestro organismo, de manera que parte de las células que combatieron en la batalla contra un patógeno determinado no se retiran inmediatamente después de vencer, sino que permanecen en letargo para que, si nos volvemos a poner en contacto con ese mismo patógeno, la respuesta al problema sea muchísimo más rápida y se eviten daños colaterales.

Infografía por Tania MT.
Entonces la vacuna, ¿para qué?
Ahorrarle tiempo a nuestro sistema inmune en el reconocimiento de un patógeno puede marcar la diferencia entre una enfermedad leve o una enfermedad severa e, incluso, una mortal. Con la vacunación se consigue estimular a nuestro sistema inmune lo suficiente como para que cree células con memoria, que, de ser necesario, reaccionarán tan eficazmente contra el patógeno que ni siquiera nos daremos cuenta de que estuvimos amenazados.
Los dichosos adyuvantes
El ingrediente más importante de una vacuna es aquel que propicia la respuesta de nuestro sistema inmune. Las primeras vacunas consistían en inyectar el patógeno atenuado o muerto en el organismo a inmunizar. Esta estrategia derivaba, en algunos casos, en el padecimiento de la propia enfermedad contra la que se pretendía proteger, fundamentalmente en personas con previos problemas de salud. Por ello, la mayoría de vacunas actuales utilizan solo aquellas piezas del patógeno responsables de activar a nuestras células (antígenos), ya sea purificándolas de microorganismos reales o sintetizándolas en el laboratorio. Este ingrediente, más seguro e incluso más específico, tiene la desventaja de que no despierta una respuesta tan grande como lo hacían las primeras vacunas. Por ello, es necesaria la utilización de otros ingredientes que favorezcan y potencien su efecto. Estos compuestos reciben el nombre de adyuvantes. Gracias a ellos se incrementa la respuesta inmune y, por lo tanto, es necesaria menor cantidad de antígeno a administrar y menos dosis para alcanzar una buena cobertura. Esto ha propiciado, por ejemplo, que niños demasiado jóvenes como para recibir una vacuna convencional sí que puedan ser inmunizados contra enfermedades letales a sus edades.
El principal contratiempo de los adyuvantes viene ligado a su capacidad intrínseca de potenciar la respuesta inmune. En algunas personas y según el patógeno contra el que se quiera inmunizar, la reacción del sistema inmune puede ir más allá del efecto deseado. Un ejemplo leve es la inflamación en el lugar de la inyección que dura unos días o la aparición de Respuesta en Fase Aguda, que implica fiebre, dolor de cabeza y malestar general durante las primeras horas posteriores a la vacunación. El defecto de los adyuvantes que más resaltan las personas que se oponen a la vacunación es la capacidad de desencadenar problemas muy graves en los sujetos vacunados. Un ejemplo es la miofascitis macrofágica. Esta reacción se describió por primera vez en 1998 y está relacionada con el adyuvante hidróxido de aluminio que contienen algunas vacunas, como la de la hepatitis. Es una reacción extremadamente rara asociada a personas que contienen un determinado gen en su genoma.
Aún así, los efectos adversos de las vacunas no suelen estar relacionados con los adyuvantes sino con la propia reacción de nuestro cuerpo a la introducción de un antígeno, sobre todo en las vacunas atenuadas a las que todavía no se les ha encontrado una alternativa moderna.
La desestimación de las vacunas
Es un hecho que no todas las vacunas proporcionan una cobertura del 100% y que, al igual que los medicamentos, suponen un riesgo. A pesar de que la incidencia de efectos adversos graves ante las vacunas no es significante comparado con el número de vidas que se salvan gracias a ellas, es un fuerte argumento que las personas en contra de la vacunación utilizan. Como aquí en España el derecho a la vacunación es optativo, no obligatorio, cada vez hay más personas que deciden no vacunar a su progenie (como el calendario de vacunación comprende desde los 0 a los 14 años, el niño evidentemente no decide por sí mismo si quiere vacunarse o no y son los padres quienes toman esa decisión). Al margen del riesgo que suponen para ellos mismos al no estar inmunizados, estas personas constituyen un riesgo para el resto de la población. Esto tiene que ver con la llamada inmunidad de grupo o efecto rebaño. Hay personas que no pueden vacunarse aunque quieran simplemente porque su organismo no está preparado para construir una respuesta inmune ante un antígeno o porque son alérgicas a algún adyuvante que contiene la vacuna. La única protección de la que disponen estas personas ante enfermedades infecciosas mortales es el hecho de que la mayor parte de la población que les rodea sí está vacunada. Si un patógeno infeccioso no se propaga no se replica y, por lo tanto, su legado se pierde, por lo que es poco probable que llegue a infectar a otras personas.

Esquema sobre la inmunidad de grupo. Créditos de la NIAID/NIH, traducido por Tania MT.

Un factor determinante en el proceso de desestimación de las vacunas es el hecho de que las nuevas generaciones de padres nunca han visto, por ejemplo, a un niño con polio ni conocen a nadie que la haya padecido. Sin embargo, es un hecho que desde que la Organización Mundial de la Salud puso en marcha en 1988 su campaña de erradicación de la polio en el mundo mediante la vacunación masiva de niños, esta enfermedad descendió en más del 99% el número de casos. Aún así, sigue siendo endémica en 3 países, lo que implica que el virus puede infectar a personas de otros países a través de propagación internacional como, por ejemplo, a dos niños ucranianos que no habían sido vacunados el pasado mes de julio de este año.
En los países desarrollados tenemos la grandísima suerte de disponer de un calendario de vacunas financiado que pone a nuestra disposición las herramientas necesarias para inmunizar tanto a nosotros mismos como a nuestros seres queridos contra enfermedades fatídicas. Por desgracia, los países subdesarrollados no son tan afortunados en tanto que, por ejemplo, en el año 2013 murieron 145.700 niños de sarampión en todo el mundo, el equivalente a 16 muertes por hora, por una enfermedad contra la que aquí en España se vacuna cuando cumplimos un añito.
Que nunca hayamos conocido a alguien con difteria o sarampión no quiere decir que la enfermedad ya no exista o que el microorganismo que la produce se haya extinguido. La inmunización es un proceso activo que comprende toda nuestra vida y la batalla contra los patógenos no termina en una generación o en una época concreta sino que siempre estaremos rodeados de amenazas, ya sean conocidas o todavía por conocer.
En este enlace puedes leer el cómic "Las vacunas funcionan" escrito por Maki Naro (texto en inglés) donde hace un breve y ameno repaso de la utilidad de las vacunas y por qué se han puesto en duda en los últimos años.
Referencias
Who.int. OMS | Organización Mundial de la Salud [Internet]. 2015 [citado 7 Septiembre 2015]. Disponible en: http://www.who.int/es/
National Institute of Allergy and Infectious Diseases. Features of an Immune Response [Internet]. 2015 [citado 7 Septiembre 2015]. Available from: http://www.niaid.nih.gov/topics/immunesystem/Pages/features.aspx
Batista-Duharte A, Lastre M, Pérez O. Adyuvantes inmunológicos. Determinantes en el balance eficacia-toxicidad de las vacunas contemporáneas. Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica. 2014;32(2):106-114.
Polio vaccines and polio immunization in the pre-eradication era: WHO position paper—Recommendations. Vaccine. 2010;28(43):6943-6944.
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