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¿Sufren dolor las langostas?

  • Álex Tuñas Corzón
  • 14 ene 2018
  • 5 Min. de lectura

Hace unos días, el gobierno de Suiza anunció que prohibirá la extendida práctica culinaria de poner langostas vivas en agua hirviendo. Antes de cocinarlas, será necesario aturdirlas. Esta medida, que entrará en vigor a partir del próximo 1 de marzo, ha sido recibida con gran alegría por animalistas a la vez que ha indignado a muchas otras personas. Para verlo, basta con buscar un artículo sobre la noticia en cuestión e irse a la sección de comentarios.

Entre los indignados, algunos argumentan que se trata de un auténtico disparate, ya que (según ellos) estos animales no tienen la capacidad para sufrir. Así, en uno de los comentarios se puede leer lo siguiente: “donde no hay un cerebro no existe la percepción del dolor o sufrimiento.” Otros, todavía más drásticos, llegan a equiparar directamente a las langostas con los vegetales: “¿y las uvas? ¿que me decís de las uvas? prensadas en plena juventud para extraer su zumo ¡¡¡que sufrimiento!!!” Por si esto fuera poco, incluso hay quien pone a los crustáceos al mismo nivel que los virus: “Diga usted que sí. Abolición de las vacunas ya, que los virus y demás compañeros mártires también son de Dios y tienen derecho a la vida.”

Ante la patente falta de información creímos conveniente escribir este artículo, en el que trataremos de explicar, de la forma más objetiva y clara que podamos, lo que la ciencia conoce acerca del sufrimiento de estos seres.

¿Es cierto que no poseen un cerebro?

Las langostas son animales invertebrados marinos pertenecientes al grupo de los crustáceos y su sistema nervioso, aunque simple, es mucho más complejo que el de otros invertebrados. Consta de una serie de ganglios (agrupaciones neuronales) unidos a una cuerda nerviosa ventral que recorre el cuerpo desde la cola hasta la parte anterior. Aquí, en la cabeza del animal, la fusión de los tres primeros ganglios constituye una masa mayor que se conoce como ganglio supraesofágico (por su posición), ganglio cerebral o simplemente cerebro.

Por lo tanto, las langostas sí poseen un cerebro. Evidentemente, la complejidad de dicho cerebro no es equiparable a la de un mamífero, ni por asomo, pero no se les puede negar la existencia de una estructura neuronal primaria con funciones coordinadoras y de procesamiento de la información sensorial, y menos todavía compararlos con las uvas o los virus.

De acuerdo, pero ¿sufren dolor?

Aquí es donde el asunto se pone interesante. Algunos autores, entre los que destaca el neurocientífico británico Patrick David Wall (1925-2001, conocido como "el mayor experto del mundo en dolor"), sugieren que la percepción del dolor consciente, tal y como lo conocemos los humanos, depende de patrones de actividad específicos producidos en determinadas áreas cerebrales, únicamente presentes en los mamíferos. Además, hacen hincapié en la importancia de distinguir entre el dolor y la nocicepción, entendida esta última como la detección inconsciente de un estímulo nocivo que normalmente va acompañada de una respuesta motora frente al mismo.

Según estos autores, el dolor es un estado psicológico que se genera y percibe en la corteza cerebral tras la llegada de actividad nerviosa previamente iniciada por un estímulo nocivo. El proceso sería el siguiente: un estímulo nocivo excita a determinados receptores, produciéndose impulsos nerviosos que viajan por medio de nervios periféricos a través de la médula espinal, llegando primero a regiones cerebrales subcorticales y finalmente a la parte de la corteza cerebral responsable de transformar dichos impulsos en la percepción consciente de dolor.

Otros autores, en cambio, entre los que destaca Robert William Elwood, actualmente profesor emérito de la Queen’s University (Belfast), sugieren que esta visión es muy limitada e ignora el hecho de que animales de grupos ampliamente diferenciados puedan tener estructuras neuronales distintas pero con una misma función. Tal es el caso del procesamiento visual, que ocurre tanto en cerebros de vertebrados como en cerebros de invertebrados. Así, aunque todavía existe mucha controversia en relación a si existe el dolor en invertebrados, en los últimos 10 años se han publicado múltiples estudios que muestran respuestas compatibles con la percepción de dolor en, al menos, crustáceos decápodos.

Por ejemplo, en un estudio realizado con el camarón de charco (Palaemon elegans), consistente en aplicar hidróxido de sodio o ácido acético en sus antenas, con el fin de irritarlas, se vio que la respuesta inmediata de estos fue el movimiento de la cola. Esto se interpreta como un acto reflejo propio de la nocicepción y no de supuesto dolor. No obstante, más interesante y sugestivo es el hecho de que los individuos afectados mostraron posteriormente una actividad prolongada de limpieza y frote de las partes afectadas de las antenas.

La mayoría de los estudios, sin embargo, fueron realizados aplicando pequeños shocks eléctricos y documentando el comportamiento de los animales. En uno de ellos, realizado con cangrejos ermitaños (Pagurus bernhardus), se vio que solamente los cangrejos que recibían un shock eléctrico abandonaban sus conchas. La mayoría de los cangrejos que recibían el shock no abandonaba la concha ante el estímulo inicial, aunque cuando a estos se les ponía una concha nueva delante, mostraban un notable incremento de la motivación para cambiar de concha. Hasta aquí, el comportamiento podría ser visto como una simple respuesta involuntaria debida a la nocicepción. Sin embargo, también se vio que la tendencia a abandonar las conchas dependía de la preferencia que los cangrejos sentían por las mismas. Esto podría estar indicando que en los cangrejos existe cierto procesamiento cerebral de experiencias traumáticas. Para entenderlo, los cangrejos se enfrentaban con un claro conflicto motivacional: debían escoger entre retener una concha de calidad o evitar recibir shocks eléctricos. El simple hecho de que “valorasen” si les convenía o no dejar la concha hace pensar que la huida de la concha no se trataba de una simple y estereotipada respuesta a la nocicepción.

Por último, otro estudio realizado con shocks eléctricos demostró que los cangrejos de mar (Carcinus maenas) aprenden rápido a evitar aquellos sitios en los que se producen las descargas. Más recientemente, se ha visto que cuando estos cangrejos se someten a descargas eléctricas no sólo se mueven más que aquellos que no las reciben, sino que además los niveles de ácido láctico (un buen marcador molecular del estrés) es mayor que en los cangrejos no sometidos a estrés.

A la luz de estos datos, queda en manos del lector valorar si la medida del gobierno suizo es o no proporcionada. Por nuestra parte, nos limitaremos a poner dos viñetas que nos parecieron simpáticas. Ahí queda.

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Referencias:

-Elwood, R. and Adams, L. (2015). Electric shock causes physiological stress responses in shore crabs, consistent with prediction of pain. Biology Letters, 11(11), p.20150800.

-Rose, J., Arlinghaus, R., Cooke, S., Diggles, B., Sawynok, W., Stevens, E. and Wynne, C. (2012). Can fish really feel pain?. Fish and Fisheries, 15(1), pp.97-133.

Imágenes

1. Spiny Lobster, by Ed Bierman (CC-BY-SA)

2. By Dezidor (CC-BY-SA)

3. By entertainyamania.com.

4. Lobster Revenge, by quicklol.com: http://quicklol.com/lobster-revenge/


 
 
 

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